Tokyo Trial: Los Orígenes Del Derecho Penal Internacional

Por: Santiago Pulido, miembro del consejo editorial, 8 semestre.
Tokyo Trial es una miniserie de televisión japonesa, consistente en cuatro capítulos que detallan en formato dramático-histórico los juicios llevados a cabo en contra de los dirigentes japoneses, a quienes después de la Segunda Guerra Mundial se les acreditó la comisión de crímenes contra la paz y los daños cometidos a diversas poblaciones civiles. Está serie se estrenó en 2016 en la NHK (Corporación Radiodifusora de Japón), y actualmente se encuentra disponible en Netflix.
La historia de Tokyo Trial, nos sitúa en el tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1946, época en la que se crea el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente. Dentro del contexto histórico, al año siguiente de la derrota de Japón a manos de las fuerzas aliadas en 1945 se decide crear un tribunal militar para juzgar a los oficiales de las fuerzas japonesas por crímenes de guerra. Este juicio se decidió modular de forma similar a los Juicios de Nuremberg y tomó como sustento jurídico la Carta de Londres, el documento que fijó los principios y procedimientos requeridos para llevar a cabo este tipo de veredictos.
La serie presenta los orígenes, las controversias y la jurisdicción por la que se llevó a cabo este juicio. El primer aspecto que resalta son los jueces seleccionados para esta labor. Con un total de 11 jurisdicciones, la diversidad de perspectivas y actitudes frente resulta sumamente interesante. Así, la larga lista de juristas incluyó países como: Australia, China, Canadá, Francia, India, Nueva Zelanda, Filipinas, Países Bajos, la Unión Soviética, Reino Unido y Estados Unidos. En particular, resalta el hecho de que inadvertidamente cada juez seleccionado vio su vida afectada por culpa del conflicto, creando la interrogante de si realmente se puede hablar de imparcialidad cuando la víctima es el país de quien juzga.
Esta multitud de jueces recibió la tarea de procesar a criminales japoneses, singularmente de la misma forma que se realizó en Nuremberg. Esto se realizó bajo tres categorías para los cargos presentados; primero, crímenes en contra de la paz; segundo, crímenes convencionales de guerra, y; tercero, crímenes en contra de la humanidad.
La tarea de los fiscales consistió en probar que: los crímenes de guerra fueron sistemáticos, que los acusados sabían que los hombres a su mando cometen atrocidades, y que los acusados tenían el poder de detenerlos. Así, entre los testimonios presentados en la serie, y la vida real, se encuentran aquellos sujetos que creían que incluso si renunciaban a sus cargos la guerra sería algo inevitable.
Esto lleva a controversias sobre cómo se juzga una guerra, ¿acaso la matanza de ciudadanos chinos es un crimen convencional, y en cambio el genocidio de judíos fue efectivamente un crimen contra la humanidad? Los jueces enfrentan no sólo la jurisprudencia de sus respectivos países o el precedente de Núremberg, sino que deben examinar la forma como entienden el conflicto entre naciones, e incluso hasta qué punto pueden usar sus facultades para hacer justicia, cuestionando las garantías procesales que reciben los perdedores.
La serie va más allá de los aspectos meramente doctrinales, e intenta mostrar las ideologías que acompañan ciertas posturas. Así, para el juez escoces William D. Patrick, representante de Reino Unido, lo importante del juicio no era establecer si la guerra podía ser un delito imputable a oficiales y políticos japoneses, sino que creía en la necesidad de seguir el precedente de Núremberg, con el fin de legitimar el castigo a criminales de guerra. En cambio, el Juez Radhabinod Pal, representante de India, en directa contraposición, consideraba que los imputados ya habían sido juzgados en las jurisdicciones locales, motivo por el que carecía de validez llevar a juicio el acto de iniciar una guerra, crimen que había estado rodeado de vacíos legales.
Esta disputa se extiende, ya que entre los jueces surge el dilema sobre criminalizar la guerra. Por un lado, el Pacto de París de 1928, y el Estatuto que formaba el Tribunal daban suficientes fundamentos jurídicos para considerar la guerra un delito en sí misma. De igual forma, los juicios de Núremberg habían condenado este hecho, y presentó una primera imagen de lo que un tribunal penal internacional debía ser.
Un elemento fundamental en las deliberaciones fuera de los tribunales fueron los aspectos procesales, casi éticos, sobre si debía juzgarse a oficiales japoneses bajo cargos creados a partir del fin de la guerra. Esta concepción problematiza la idea de que no hay un juicio per se, sino que es la materialización de la justicia de los ganadores. Así, la serie desafía la idea de un concepto universal de justicia, o de reparación, ya que como sucedió en la realidad, el juicio tuvo irregularidades, tal es el hecho de que al emperador de Japón no le fue imputado ningún cargo.
Esto se le acreditó posteriormente a la presión de Estados Unidos por avanzar su propuesta constitucional para Japón, campaña que necesitaba del apoyo de dirigentes políticos y cuya legitimación fue otorgada por el mismo emperador.
De esto, surge una cuestión particular entre los jueces: ¿cuál es la razón por la que juzgan? ¿Para defender las leyes, hacer justicia o guiar a la humanidad? Estas situaciones llegaron a influir en sus visiones personales y desafían el concepto de imparcialidad, en el caso de aquel que vivió la opresión japonesa o vio las matanzas de sus compatriotas, nos preguntamos si debería participar en las decisiones del tribunal.
Las tensiones entre los jueces llegan a un punto culminante, en el que se hace presente al espectador el conflicto subyacente en la historia. El seguir el precedente de Núremberg implicaría una solución rápida que sentaría las bases de una política internacional y podría disuadir futuras guerras. En contraste, el seguir los principios del derecho y buscar su coherencia normativa legitima la decisión del Tribunal, pero puede crear conflictos futuros sobre las condenas que se den posteriormente.
Esta situación invita al espectador a reflexionar desde una perspectiva jurídica y moral: ¿qué es mejor, buscar el camino rápido para asegurar la paz global y legitimar el castigo a los instigadores de la guerra, o seguir los principios propios de un jurista y asegurar que haya coherencia en el derecho internacional?
Finalmente, se invita a ver esta serie, no solo por su valor histórico-cultural o los planteamientos jurídicos que se abordan, sino por el contexto actual que vivimos por la guerra de Rusia contra Ucrania. A Putin ya no lo juzgará un tribunal posterior a la guerra, sino que ya hay llamados para que la Corte Penal Internacional lo persiga. A diferencia de Tokyo Trial, los crímenes y conceptos utilizados para condenar el inicio de una guerra han evolucionado, ya sea por el tiempo que ha transcurrido desde la Segunda Guerra Mundial o la necesidad de tipificar los ya tan acostumbrados conflictos entre naciones.
El valor que trae la serie es la capacidad de brindarle al espectador las bases conceptuales para comprender los dilemas que han de abordarse en este tipo de juicios, ya sea a través de los problemas que enfrentaron los jueces por sus nacionalidades o los propios intereses políticos que los coaccionan. De esta forma, Tokyo Trial no es solo una fuente de entretenimiento, sino que es una herramienta que nos permite ver qué tanto ha progresado la humanidad en la forma como afronta conflictos internacionales.
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