La nueva religión de Occidente

Por: Martín Simón Castro Longo, estudiante de Derecho en la Universidad de Los Andes
La religión, desde hace miles de años, ha sido de las herramientas más útiles para el control de las masas; nada es más efectivo al momento de movilizar a las personas, que el miedo. El famoso, y muy común, “miedo a Dios”, ha sido de los pilares fundamentales de todas las religiones; el miedo a no ser recibido en el tan exclusivo y deseado “Cielo”, y ser condenado a las horrorosas llamas del infierno. Infundir el miedo ha sido de las estrategias religiosas más lucrativas, y tanto ha sido así, que, hasta no hace mucho tiempo, las personas pagaban – cual cover de discoteca – para acceder a la “salvación eterna”. Este miedo, parece ser una estrategia adoptada por una gran cantidad de movimientos sociales posmodernos: o estás con nosotros, o eres nuestro enemigo y debemos destruirte. Prácticamente una cruzada en pleno Siglo XXI. Ésta nueva religión, aunque no cuente ni con iglesia ni papa, sí cuenta con unos mandamientos básicos, cuyos ejes giran alrededor de un principio fundamental: la corrección política. También, y de manera similar al catolicismo, esta religión de la corrección política busca evangelizar a los no creyentes, y peor aún, destruir a los no practicantes. Ahora bien, como en el mundo Occidental ya no es posible recrear las violentas y sangrientas cruzadas (aunque no me cabe duda alguna de que si lo pudieran hacer, lo harían), los feligreses de la corrección política utilizan otros métodos para lapidar a sus enemigos.
De manera cuasi-inquisitorial, los fanáticos de la corrección política queman y torturan, figurativamente, a todos los “herejes”, que de manera rebelde, profesen pensamientos e ideas disidentes de la religión oficial; tampoco está permitida la crítica al nuevo establecimiento. A estos herejes ideológicos, la Santa Inquisición Política les ofrece dos posibles formas de redimirse frente a los ojos moralizadores de los “bien pensantes”: disculparse públicamente por sus transgresiones a la fe y aceptarla como la única manera posible de pensar, o sufrir las consecuencias y ver cómo frente a sus ojos y los del resto de la sociedad, sus carreras profesionales y vida privada son juzgadas y posteriormente sentenciadas a muerte por la Corte de la Opinión Pública. Los que de menos suerte gozan, son sometidos al método de tortura favorito de esta nueva iglesia, del cual pocos han salido vivos para contar su historia: la “cancelación”.
Como ejemplo, resulta pertinente analizar uno de los “brazos” más activos de esta iglesia: el movimiento trans. Este infame movimiento es reconocido por sus posiciones radicales frente a la identidad de género, y por su todavía más radical comportamiento con sus críticos ideológicos. No hace mucho tiempo, el reconocido comediante afroamericano Dave Chappelle, estuvo en el ojo del huracán cancelador como consecuencia de unos chistes que hizo en sus especiales de Netflix, The Closer y Sticks and Stones. Los chistes, aunque relativamente inofensivos, despertaron en la comunidad LGBT en general, una serie de ataques personales en contra de Chappelle, e incluso éste fue víctima de un ataque físico en uno de sus espectáculos. A pesar de esto, Chappelle logró manejar la masa enfurecida; dijo que no iba a sucumbir ante los intentos de cancelación, y les ofreció a sus críticos un espacio de diálogo constructivo. Paradójicamente (aunque la verdad no tanto), sus críticos no mostraron ánimos de dialogar, y prefirieron continuar con sus intentos de destruir profesionalmente al comediante. Entonces, surge la pregunta, ¿por qué habrán rechazado la oportunidad de expresar sus puntos de vista de manera pacífica? Y la respuesta es simple: estos grupos no buscan el consenso ni tampoco el diálogo constructivo, sino la sumisión total de los “no creyentes”. Para ellos, no existe algo como un punto medio o la tolerancia, sólo existe su punto de vista – que de manera evangelizadora – debe ser impuesto sobre el resto de las personas. ¿Qué tal? Qué comportamiento tan auténticamente fascista, digno de ser galardonado por los propagandistas y censuradores más famosos de la historia. Pensaría uno que de tanto criticar a los antiguos fascistas europeos, estos grupos habrían aprendido algo sobre los efectos de la censura, en vez de plagiar sus estrategias políticas; tampoco les sentaría mal sentarse un domingo a leer una que otra novela distópica como 1984 o Un Mundo Feliz.
Sinceramente no creo que sea coincidencia que los movimientos sociales posmodernos hayan encontrado en el fascismo censurador, un muy útil kit de herramientas para someter al resto de las personas a sus pensamientos e ideología. Lo peor, es que al igual que la Iglesia Católica, justifican sus atrocidades sociales con la excusa de que nos están haciendo un “favor” al resto, supuestamente construyendo una sociedad más “segura” y educándonos en la “verdad revelada”. Seguramente, si siguiera vivo Ratzinger, estaría orgulloso (y muerto de la risa), de ver como unos de sus más grandes críticos terminaron replicando sus artimañas, dignas de ser incluidas en los polvorientos archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe.Los movimientos verdaderamente liberales deben esforzarse por crear distancia con los movimientos radicales; deben defender la libertad de expresión y hacerle oposición a cualquier movimiento político cuyo objetivo sea imponerse sobre otros.
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Hola Martín!
La introducción del artículo me pareció buena y es muy apto una analogía entre esa cultura de corrección política que indudablemente algunos llevan al extremo, y un mandamiento religioso. Lástima que un artículo que pudo haber creado un fuerte argumento sobre el clima político sensacionalista en redes y planteado preguntas para todos sobre la cancelación, resultó siendo un ataque personal contra “el movimiento trans” disfrazado de análisis.
No digo que los movimientos sociales “posmodernos” no merecen crítica, al contrario deben ser cuestionados constantemente si queremos movimientos con impacto positivo que mejoren el estado de las cosas, pero ¿equivaler el movimiento trans con el facismo?
Empezando por llamar el movimiento trans un brazo activo de la cancelación cómo si este fuera su propósito central y no la dignidad de un grupo de personas con cuatro veces la probabilidad de ser víctima un crimen violento que las personas cis (en estados unidos porque el artículo se centró en un caso de allí). Pero entenderé que te refieres a la gente que busca cancelar a Dave Chappelle, que entre otras tenía que ser el único caso que mencionas. En realidad entendí muy poco sobre tu postura aparte de tu disgusto hacia el movimiento trans. ¿En ningún caso se vale cancelar a alguien o solo no te parece apto este caso? ¿Y en el de Kanye cuando promovía un discurso antisemita, el rechazo del público era válido? Podríamos preguntarnos todos ¿en qué punto se diferencia la crítica merecida de la cancelación sensacionalista? ¿Que tipo de rechazo es válido y en qué punto se vuelve cuasi-religioso?
Pero a falta de análisis profundo del tema, cabe resaltar que tras la controversia Dave Chappelle todavía tiene una carrera, aparece en SNL, y se ganó un Grammy por The Closer. Dave Chappelle sigue ganando, y se vale enteramente condenar la violencia hacia él y sus fans, mientras reconocemos que un intento de ataque (que entre otras, fue a causa de un chiste sobre la pedofilia) y tirarles huevos a sus fans dificilmente equivale a la censura de un régimen facista. Los chistes ofensivos a veces se pasan y también sería ingenuo no esperar una reacción negativa cuando lo hacen, pero no se le sentenció a muerte su carrera y no, si pudieran, creo que la gran mayoría de gente trans no buscaría torturarlo en una sangrienta y violenta cruzada. Pero te lo aseguro que si siguiera vivo Ratzinger jamás estaría orgulloso de la gente trans, los estaría condenando al infierno y estaría proclamando que la gente gay es inhumana y enferma mental – al igual a cómo lo hacía cuando estaba vivo.
Tiene mérito idea central del artículo pero me pareció innecesariamente dramático en búsqueda de ser intencionalmente polémico, y a la vez enteramente vacío de discusión constructiva.
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