Entre el privilegio y la generalización

Por: Nicolás Parra, estudiante de Derecho en la Universidad de Los Andes
Me sentía totalmente sofocado y lleno de ansiedad. Los cuerpos apeñuscados, la imposibilidad de moverme y mi impaciencia al ver el tiempo pasar frente al reloj me hacían sentir totalmente atrapado en mi propio cuerpo. ¿ Cómo pude ser tan estúpido? ¿Acaso no había activado la alarma la noche anterior? Una vez más la falta de sueño y el tráfico de pesadilla de Bogotá me habían dejado ante la situación de ver cómo los minutos se acumulaban e iba aceptando la realidad de que iba a llegar tarde a clase, otra vez. Apenas se abrieron las puertas del Transmilenio salí lo más rápido posible en un intento de no llegar tan tarde a clase. Con la respiración agitada y el tote bag colgado en el brazo, me apresuraba en subir el eje ambiental y llegar hasta el ML.
Mientras eso ocurría, un señor de más de 60 años, con una barba gris manchada por parches de barba blanca y un traje desgastado por el tiempo, venía en dirección opuesta. Al pasar por su lado, una simple frase detuvo mi caminar acelerado. -Ahí va un maricón- dijo el anciano mientras reía consigo mismo y continuaba su paso sin inmutarse, sin siquiera devolver la mirada y dignarse a mirarme. Cuatro palabras me dejaron desconcertado y me hicieron olvidar por un momento que iba tarde. Más allá del raye del momento el suceso no llegó a ser una situación de mayor impacto pues no sería la primera vez en que me veo catalogado de una manera peyorativa debido a mi sexualidad. Pero sí me hizo acordarme de mis amigos a los que han agredido por su sexualidad y mis amigas que han sido acosadas. Porque la verdad es que no hay espacios realmente seguros, pues estas historias que conozco no han sido en sitios recónditos del país o zonas peligrosas de la ciudad, sino que han ocurrido en sitios concurridos y supuestamente seguros como lo son la universidad o algún bar “chimba” de la 85.
De ahí que me genera tanto disgusto (y se que a más de una persona) ver artículos como La nueva religión de Occidente de Martín Simón Castro que mediante el amarillismo, las generalizaciones y la discrimnación refuerzan estigmatizaciones mandadas a recoger en pleno Siglo XXI. Uno de los mayores fetiches de este tipo de amarillismo es el acudir a la generalización como medida de argumentación: feministas, LGBT+, sindicalistas e izquierdistas en la misma bolsa como si fueran todos el mismo tipo de personas. Tratar de juntar todos los “movimientos sociales posmodernos” como una misma masa sin forma es ignorar las distintas razones por la cuales estos grupos existen. Esta posición Schmittiana de producir ese ‘otro’ es el método en que buscan la forma de generar esa distinción entre el yo y el otro, el bueno y el malo. Y es a partir de esa creación de un antagonista que crean la ficción de multitudes extremistas que van en contra de los valores y la gente correcta de la sociedad. Pero, ¿realmente están siendo perseguidos? ¿O acaso es que la existencia de estos grupos ponen a tambalear su privilegio? ¿Acaso una mujer feminista, un hombre gay o una mujer trans logra causar tanto miedo como para considerar que son una amenaza para su libertad?
Sin embargo, esta clase de opiniones no sorprenden, pues la mayoría de las veces el discurso generalizado que exponen nace de la ignorancia. Es muchas veces por el desconocimiento que no hay distinción de las vertientes al interior de los movimientos o en la diferenciación de un actuar colectivo de una actuación individual. A manera de ejemplo, el catalogar a todas las feministas de radicales por desconocer las distintas corrientes de pensamiento y creer que solo hay feministas radicales, desconociendo a las feministas trans incluyentes, racializadas o queer. O pensar que toda la comunidad LGBT+ tiene los mismos objetivos, ya que no conocen las tensiones al interior de la comunidad que explican, por ejemplo, la razón por la cual el colectivo trans tiene organizaciones que pelean bajo su propia bandera. Siendo por tanto maniqueísta, además de violento, en declarar un grupo como la comunidad trans como un “infame movimiento” y de paso tildarlo de “radical”. Es aún más cínico declarar que “estos grupos no buscan el consenso ni tampoco el diálogo constructivo, sino la sumisión total de los no creyentes”. Pues fuera de ser estigmatizante, también trata de invisibilizar las acciones colectivas, las batallas jurídicas, los espacios académicos y las producciones artísticas que este y otros grupos han llevado a cabo para poner las problemáticas ante la mesa de la opinión pública.
Incluso, demostrar que estos movimientos “posmodernos” no buscan generar un estado de sumisión carece de complejidad pues no es ajeno a nuestro territorio. No requiere tomar el exponente a USA en el caso de Stonewall o a Chile con el Manifiesto homosexual de Pedro Lemebel. En Colombia encontramos proyectos creativos como Un Viaje de Paz de Colombia Diversa, eventos de Ollas Comunitarias por parte de la Red Comunitaria Trans y Programas Educativos y Líneas de Atención en el caso de la Fundación Sergio Urrego.
Ahora bien, concuerdo en un punto: hay que tomar distancia de las posturas radicales pues son estas las que generan daños en nuestra sociedad. Pero no me malinterpreten, pues hablo a un nivel general; los radicalismos religiosos, políticos, ideológicos, étnicos, entre otros, no tienen cabida en una sociedad democrática y civilizada. La imposición ideológica no puede ser permitida, pero los discursos de odio y estigmatización que muchas veces tratan de ser disfrazados como opinión tampoco pueden serlo. El diálogo constructivo surge desde una posición de apertura y mutuo respeto, no desde la demarcación de toda diferencia como un territorio anómico al cual se tiene libre derecho de violentar. Y entendamos que esta violencia no debe ser sólo mediante las armas como es tan acostumbrado en nuestro país sino que también ocurre desde el discurso y la carga poseída por las palabras que usamos para manifestar nuestra opinión.
Es por esto que no podemos encasillar todo en la “corrección política” pues el objetivo de estos movimientos tan estigmatizados no es imponer una posición política. El objetivo es que la sociedad reconozca la humanidad de cada uno de estos individuos y proteja la integridad de sus pensamientos y de sus cuerpos, pues la realidad es que esto no sucede. Y es ese miedo transformado en odio que ataca a estos grupos lo que hacen que se levanten y sigan buscando el reconocimiento que merecen en la esfera pública.
No estamos pidiendo autorización para existir. No estamos esperando permiso para vivir nuestras vidas en los mismos espacios que los demás. Pero sí estamos presentes para incomodar al paradigma social de nuestra sociedad hasta que haya un espacio de seguridad e igualdad para todos.
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